24 de octubre de 2013

Mendicidad para dummies

Durante este viaje me convertí en un vagabundo de manera voluntaria. En una sociedad donde la apariencia es tan importante, me pareció increíble cómo algunas personas fueron capaces de ver por encima de ella. Sin molestarse por las barbas y cabellos despeinados, por la ropa arrugada y sucia, por las botas con las suelas abiertas, por el carrito dirigido con un palo de madera...

No puedo pasar desapercibido así, esté en pueblos rurales como en grandes ciudades, siempre despierto la curiosidad de los vecinos. Es fundamental dejar la vergüenza a un lado, pero sin llegar a ser un sinvergüenza.

Creo que me cuidaba bastante, lavándome casi todos los días y comiendo de todo. Aunque con el tiempo, el cansancio fue provocando que dejase de ducharme tan habitualmente o que durmiese directamente con la esterilla y el saco, sin montar la tienda de campaña. Hay que conseguir mantenerse con fuerza para no acabar en la dejadez más absoluta.

El viajar solo potencia al máximo que sea yo mismo con los demás, e incluso conmigo mismo. Se hecha de menos a las personas cercanas de casa, y al conocer a gente en el camino, se convierte en una relación más intensa. Por ejemplo, solo estuve una tarde con María de Middelburg, pero lo viví como si nos conociésemos de toda la vida. Eso era mi productor de fuerza.

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