9 de diciembre de 2013

Versión original y más larga de la entrevista

La entrevista en el correo y en diario vasco sobre mi viaje a pie por Europa era más larga. Os dejo aquí una exclusiva, la versión original de la entrevista:

 

Con 2.000 kilómetros a sus espaldas en 5 meses 

El viaje a pie por Europa de un buscador de sonrisas

Un joven bilbaíno camina sin móvil, sin apenas dinero y durmiendo en la calle. Solo le acompañan 300 fotografías con las que provocar un gesto de felicidad

VIRGINIA MELCHOR

Salió con su mochila vacía pero, en primavera, la traerá a Bilbao a rebosar de sonrisas. Después de cargar sobre su espalda con un año “perdido", sin encontrar trabajo, Héctor Amorrosta, 24 años, licenciado en Periodismo y aficionado a la fotografía, partió en junio con lo necesario para andar por el mundo a su manera, sin destino fijo ni límite de tiempo. Le acompañan 300 fotografías tomadas por él para vender en la calle y financiar su viaje, un carro que le regaló su padre para llevar el saco de dormir y la comida que compra por el camino, y los 720 euros que consiguió ahorrar antes de salir.

La aventura comenzó a las seis de la mañana del último jueves de junio porque “en este tipo de viajes la semana no tiene por qué empezar el lunes". "Elaboré una lista con los pueblos por los que debía pasar y llevé unos mapas con los cruces más complejos, pero tiré todo a la segunda semana, buscaba libertad". Aunque se fijó varias metas. Primero, se dirigiría a la localidad francesa de La Roque-Gageac, cruzaría la frontera belga hacia Brujas, pasaría por Volendam (Holanda) y, finalmente, llegaría a Hamburgo, donde vive el amigo que le daría cobijo durante el invierno para poder continuar en primavera dirección a Serbia. “He cogido dos barcos en Holanda y otro en Francia y, cuando algún conductor se ofrecía a llevarme en coche, aceptaba para poder hablar con alguien, porque pasaba demasiado tiempo solo". El resto, a pie. Ha andado 2.000 kilómetros -una media de 20 al día-, ha gastado 323 euros por el camino, y ha tardado tres meses en llegar a Hamburgo.

La venta ambulante de las fotografías ha sido su manera de subsistir. 'No hace falta que compres, me haces feliz con que mires se podía leer en un gran cartel que colocaba en medio de las 300 fotos en el puesto callejero que él mismo fabricó con palos y cuerdas. Era como un `hombre anuncio´, pero en lugar de para vender, utilizaba sus letreros para provocar sonrisas. Ha conseguido exponer sus fotografías en galerías de Limoges, Tours, Rouen y Hamburgo. El fin era el mismo: repartir felicidad a través de la mirada hecha papel y a cambio de un poco de conversación. El precio, la voluntad. “Algunos me daban 50 céntimos, otros 2 euros y los más generosos hasta 10", aunque la mayoría las fue regalando a quienes le han ayudado en su aventura.

Con la caída de la noche se acercaba la última decisión del día: dónde dormir. La entrada de los supermercados, los pórticos de las iglesias y la arena de las playas hicieron de camas la mayor parte de las noches, cuando no se topaba antes con un buen samaritano que le invitase a resguardarse al calor de su hogar. “En muchos sitios no podía sacar siquiera la tienda de campaña, me tumbaba sobre el saco y la esterilla".

Enumerar cada muestra de solidaridad, cada mirada cómplice -"que escasean cuando uno parece vagabundo"- no es fácil. Es el caso de Maëlle, una joven de 17 años que conoció en el banco de un parque de la comuna francesa de Monflanquin. “Conseguimos entendernos a través de gestos, sonidos y dibujos, es el lenguaje universal que no todos conocen pero nosotros, al menos aquella tarde, descubrimos que existía". Maëlle observó una a una las trescientas fotografías que Héctor llevaba para vender en la calle.  En su sonrisa creyó encontrar parte de su razón de vivir y el motivo por que emprendió este viaje. "Gracias a ella confirmé lo que llevaba tiempo pensando: soy un buscador de sonrisas".

Mención especial le merece aquel hombre de los Alpes Mancelles que le ofreció 20 euros insistentemente para colaborar en su aventura. Héctor le regaló una fotografía como agradecimiento. Se despidieron y cada uno continuó por su lado pero, a menos  de cien metros, sus caminos volvieron a cruzarse. Detuvo su vehículo junto al aventurero, “un coche viejísimo al que tenía que llenar el depósito de agua cada vez que lo ponía en marcha". Le guió en un paseo por el monte y le invitó a cenar y a dormir en su casa, una caravana “desordenada y sucia en la que en una de sus paredes colgaba una fotografía de sus cinco hijos, que no vivían con el". “Enseguida descubrí su sonrisa, tenía muy pocas cosas pero era rico en compartir con los demás".

Ellos o María y Mathilde simbolizan parte de ese alto en el camino de la solidaridad que le dejaba muestras de cariño a cada paso. Como la de aquel recepcionista de un camping que, apasionado con su historia, le invitó a pasar sin pagar; o esa  señora que le obsequió con una bolsa llena de fruta. Gracias a ellos ha sustituido su eslogan de Bilbao: 'no hay pan para tanto chorizo'  por 'no hay palabras para tanto cariño', el lema de su aventura. Ahora, escribe un libro en el que cuenta su  experiencia. Como no podía ser de otra forma, se titulará  `El buscador de sonrisas´ y solo pretende unos lectores, sus futuros nietos.

En Hamburgo se desprendió de su carro y se hizo con una bicicleta con la que pedalea hacia Estonia. Después regresará a casa de su amigo hasta que pase el invierno para continuar en dirección a Serbia con su excursión a pie por el mundo. “Puede parecer una locura, pero ¿sabes qué? los locos son las personas que consiguen cumplir sus sueños". Sus familiares y amigos recibirán una nueva carta de Héctor en los próximos días. Y volverán a leer esas tres palabras que, en un principio, no quisieron creer pero que, con el tiempo, se han ido convirtiendo en toda una lección de vida: 'El viaje prosigue'.

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