17 de octubre de 2014

Historietas de la infancia (Segundo intento)

Siempre he sido un chico muy formal pero os contaré algunas de mis aventuras en el colegio, como cuando descubrí el almacén donde los profesores guardaban refrescos, patatas fritas y hasta una botella de vino. Un día me llevé unas cuantas coca-colas y paquetes de patatas fritas. A la siguiente semana me llevé hasta la botella de vino pero algún alumno debió de verme entrar en aquel almacén y sacar la merendola porque en unos minutos me encontré a todo el colegio unido a esa merendola. Se me acabó el chollo. Lo mejor de todo, es que los profesores pillaron a un chaval que cogió unos refrescos y le pusieron un expediente, con su respectivo castigo. Volví al de un año a ese mismo almacén y me encontré todas las cosas que no se habían vendido en el rastrillo. Me llevé un reloj de mesa para mi abuela y ayudé a otro compañero de clase a llevarse una pantalla de ordenador.

Otra de mis locuras de la ESO fue la de ponerle una chincheta en la silla de un profesor. Otro de mi clase le puso otra, por si no le picaba demasiado. Ese profesor no me daba clase a mí, pero me contaron que se sentó y no dijo nada, aunque se puso rojo como un tomate.

En ese mismo curso le tiré un borrador a uno de mi clase y sin querer rompí el cristal de la ventana. Cuando llegó el profesor preguntó: ¿Quién sabe quién ha roto eso? Yo levante la mano. Y él preguntó: ¿Quién ha sido? Y volví a levantar la mano. Me hicieron pagar el cristal, aunque creo que al final no lo pagué, y me hicieron ir al ‘txoko’, que es donde les llevan a los castigados durante el recreo, nunca había estado. No sé que se me pasó por la cabeza en ese momento pero cuando pasaron la hoja para escribir el nombre en la lista, además de escribir mi nombre, también añadí el de ‘San Antonio María Claret’, patrón del colegio. Me expulsaron de la sala de castigados.

Hablando de San Antonio María Claret, en cada clase había un cuadro de él. Concretamente en mi clase solía además tener pintado con tiza un tridente y unos cuernos, o un pito con plastilina. A los curas no les gustaba mucho la broma.

En primero o en segundo de primaria, la profesora había salido de clase un momento. Entonces se me ocurrió subirme encima del pupitre, bajarme los pantalones y los calzoncillos y empezar a tocar la guitarra con el pito. Imagínate la cara de la profesora cuando entró y me pilló infraganti. Me cogió de la oreja y primero me dijo que iba a llevarme de clase en clase para que la enseñase el culo a todos. Ella me decía: ¿Qué te pasa? ¿Es que tienes el culo azul? Más tarde me llevó a preescolar.

Por esa misma época fue la primera vez que oriné sin bajarme los pantalones hasta los tobillos, fue en el colegio. Había llovido y una parte del patio se encontraba inundada. Los niños podíamos ir bordeando el gran charco subidos en un pequeño muro. Estaba allí prácticamente todo el colegio. No se podía retroceder porque el muro no era muy ancho y además había que sujetarse a la barandilla. Así que, como tenía ganas de mear, lo hice en aquel charco. Me bajé los pantalones hasta el tobillo, claro. Le hizo gracia a todos los que me vieron, menos al hombre que estaba dentro del charco intentando filtrar el agua. Este se enfadó un poco.

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